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Un organismo sin cerebro replicó la eficiencia del metro de Tokio

En 2010, un experimento llevado a cabo en Tokio, Japón sorprendió al mundo científico. No fue una nueva supercomputadora ni una inteligencia artificial. Fue un organismo unicelular sin cerebro, sin sistema nervioso, sin ojos ni oídos, el que logró reproducir, por sí solo, la lógica de una de las redes de transporte urbano más eficientes del planeta: el metro de Tokio.

¿Quién fue el protagonista del experimento?

El protagonista de esta historia es el Physarum polycephalum, un tipo de moho mucilaginoso que vive en ambientes húmedos y oscuros, como el suelo de los bosques. A primera vista puede parecer algo simple —y hasta insignificante—, pero este organismo es todo menos ordinario.

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Aunque carece de neuronas, ha demostrado ser capaz de resolver problemas espaciales complejos, optimizar rutas y adaptarse a cambios en su entorno. En otras palabras: “piensa” sin pensar, utilizando una forma de inteligencia biológica distribuida, aún poco comprendida.

El experimento que sorprendió a la ciencia

El estudio fue realizado por un equipo de la Universidad de Hokkaido, encabezado por el investigador Atsushi Tero. Publicado en la prestigiosa revista Science (vol. 327, núm. 5964, 2010), el experimento consistió en reproducir el mapa del área metropolitana de Tokio sobre una placa de Petri.

Para ello, los científicos colocaron un copo de avena en cada punto que representaba una estación real del sistema ferroviario de la ciudad. En el centro de la placa se colocó al Physarum, iniciando su proceso de búsqueda de alimento.

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Lo que siguió fue simplemente extraordinario.

Una red eficiente, sin cerebro replicó la eficiencia del metro de Tokio

A medida que avanzaban las horas, el Physarum comenzó a expandirse desde el centro, formando túneles biológicos que lo conectaban con los puntos de avena. Lo más impresionante fue que, tras varios ciclos de crecimiento y reorganización, el organismo logró construir una red de conexiones que no solo llegaba a todas las estaciones, sino que minimizaba las distancias recorridas, evitando redundancias innecesarias y manteniendo rutas alternativas útiles, en caso de «bloqueos» o interrupciones.

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Cuando los científicos compararon el resultado final con el verdadero mapa ferroviario del metro de Tokio, descubrieron que la red creada por este moho unicelular era sorprendentemente similar en estructura y eficiencia.

Sin haber visto nunca un plano, sin instrucciones externas, y sin contar con ningún tipo de inteligencia convencional, este organismo había llegado a una solución optimizada que a los humanos les había tomado décadas de diseño, simulaciones y planificación urbana.

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¿Cómo es posible este comportamiento?

Aunque el Physarum no tiene cerebro, posee un sistema de navegación basado en gradientes químicos. El organismo detecta fuentes de alimento y retroalimenta sus rutas más eficientes, mientras elimina las que resultan menos útiles. Este mecanismo se basa en la dinámica de fluidos internos, ciclos de contracción y expansión, y la memoria espacial distribuida a lo largo de su estructura.

Se trata de un ejemplo de lo que en biología se conoce como comportamiento emergente: propiedades complejas que surgen a partir de interacciones simples entre elementos sin necesidad de un control central.

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De la biología a la computación: la era de la biocomputación

Este experimento no fue solo una curiosidad de laboratorio. Se convirtió en referencia para el campo de la biocomputación, una disciplina emergente que busca aprovechar los mecanismos naturales de organismos vivos para resolver problemas computacionales.

En lugar de usar chips de silicio, algunos modelos experimentales utilizan sistemas vivos como Physarum para encontrar rutas óptimas, diseñar redes resilientes o estudiar dinámicas complejas en tiempo real. También se han realizado estudios similares con laberintos, simulaciones de redes eléctricas e incluso modelos urbanos de tráfico.

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El objetivo es aprender de la naturaleza y desarrollar sistemas de cálculo alternativos, inspirados en procesos biológicos que llevan millones de años de evolución.

Una lección desde lo microscópico

Este experimento es un recordatorio de que la inteligencia no siempre requiere neuronas. La naturaleza está llena de estrategias que resuelven problemas complejos de formas que la ciencia apenas comienza a comprender.

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Organismos como el Physarum polycephalum nos enseñan que, incluso sin mente, la vida puede encontrar caminos inteligentes. Y quizás, observando a estos seres tan distintos a nosotros, logremos crear tecnologías más eficientes, sostenibles y adaptativas.


Fuente científica:

  • Tero, A. et al. (2010). Rules for Biologically Inspired Adaptive Network Design. Science, 327(5964), 439–442. DOI: 10.1126/science.1177894

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Mariana Madrid

Soy Divulgadora Científica desde el 2020 con experiencia en redes sociales y material audiovisual en el proyecto Locos x la Astrociencia, en el cual tengo el cargo de Directora General. También, soy estudiante de la carrera de matemáticas en la Universidad Nacional Autónoma de México. En el 2022 fui certificada como parte de las juventudes universitarias en México que promueven los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la agenda 2030 de la ONU.

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